Suspiró.
-¿Para dónde se ha ido ese suspiro? - preguntó la mujer que ocasionalmente la acompañaba.
Volvió a suspirar, esta vez un poco más profundo. Ahí su respuesta.
Sintió que esa efímera porción de dióxido de carbono que había liberado al universo podía contener los anhelos de todos los que en alguna parte tenían una esperanza. Sabía con total seguridad que aunque sólo una persona estuviera con ella en ese momento, la humanidad entera podría comprender de dónde venía y hacia dónde se dirigía esa exhalación.
Su suspiro se alojaba en cada historia con final feliz.
En todos los mundos imaginarios de todas las mentes creativas que estuvieran despiertas en ese instante, buscando concretar lo deseado.
Sus manos ya no abrazaban tiernos algodones de ideas vagas, que de tanto haberlos apretado, revelaban con exactitud cada detalle de sus dedos. La práctica llamaba a su puerta, forzándola a dejar una comodidad que ella sola se había ocupado de moldear. Sabía que ya no habría lugar para la calidez conocida. Tenía miedo, pero también unas ganas incontenibles de jugar y asumir los riesgos.
Su suspiro se resumía en esa contradicción irresoluble.
¿Dónde se había originado esa voluntad? ¿Cuándo había nacido? ¿Cómo fue que terminó tan arraigada en su ser?
La incertidumbre se mezcló con la ternura de unos ojos nuevos que hacía poco habían llegado a su vida. Sonrío. Se dio cuenta lo mucho que deseaba volver a verlos. Se relajó.
Eso era su suspiro, aunque todavía no pudiera darse cuenta. Un amanecer lejos de la ciudad. El despertar de los pájaros y la inevitable salida del sol. Todas las sorpresas que contiene en un nuevo día.
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