-¿Qué vas a hacer a partir de ahora?
-Voy a escribir una novela ¿Qué te parece?
-Me parece muy bien ¿Qué tipo de novela?
-Una buena novela. Buena para mí. Yo no creo que tenga talento ni nada de eso. Pero, como mínimo, pienso que si uno, cada vez que escribe, no se vuelve un poco más sabio, entonces no tiene ningún sentido escribir
-Claro
-Escribir para ti mismo...O escribir para las cigarras
-¿Las cigarras?
-Sí

abril 21, 2013

la pared


Apoyada contra la pared del patio esperaba escuchar los pasos que anunciaban su llegada.
A su mirada perdida la acompañaba el tic tac incesante del reloj de la cocina, el vaiven del cuchillo clavándose contra la tabla de madera y el ruido irritante de las cartas acumulándose en uno de los 5 solitarios que jugaba su abuelo cada día.
Temía respirar un poco más profundamente y perder así el contacto con el exterior. Ya había pasado más de una vez que algún que otro sonido la distrajo y le hizo perder el momento más importante de su día.
El abuelo la miró. Ella le devolvió la mirada y se llevó el dedo índice a los labios. Fue suficiente para mantener el silencio. De alguna u otra forma él sabía lo que estaba ocurriendo.
Pensó que quizás hoy no iría a verlo. Pensó en el diluvio y en las complicaciones que eso había traído. Pensó que no podría soportar 24 horas más.
Se perdió entre las rayas que unían a las baldosas. Hizo caminos, los recorrió y volvió a desandarlos.
Cerró los ojos y la sintió invadiendo cada centímetro de su cuerpo: la ansiedad. Esa maldita y traicionera los pasos. Los pasos aparecieron, estaba ahí, había llegado.
Corrió hasta la ventana, agarró el banquito de siempre, lo puso contra la pared, se subió y esperó.
Ahí estaba, igual que cada día, como si el tiempo no pasara y la figurita se mantuviera intacta.
Sonrió, no lo pudo contener. Sonrió pero se ocupó que del otro lado no vieran su sonrisa. Y ahí estaba...ese ser que siendo iluminaba todo su jardín. 
Sus ojos lo siguieron, primero por los escalones, después hasta la entrada de la casa y luego hasta el piso, donde se agachó y dejó un paquete.
Sus ojos lo siguieron y se dio cuenta y su corazón...su corazón se hubiera salido del pecho si eso hubiera sido posible en ese momento. 
Helada en sangre y descontrolada en pulsaciones, resistió. 1..2...3...él dejó de mirarla y se fue por donde llegó. El azul de su uniforme desapareció otra vez. 
¿Cómo era esto de que se diera cuenta que existía? Eso no era una posibilidad. No lo había sido nunca.
¿Cómo haría ahora a volver a asomarse sabiendo que ya no sería una espía impune? La impunidad le daba poder. 
Bajó del banquito, lo corrió a un costado y para su fastidio vio cómo su abuelo la observaba. Él le sonrío y se llevó el dedo índice a los labios. Casi igual...sólo que le agregó un SHHHH!
Fastidiosa, pero con la misma calma que la caracterizaba, se dirigió hacia la cocina. El tiempo ahora le permitía hacer la tarea, jugar a los dados, a la rayuela y tomar helado. Mañana volvería al mismo lugar y miraría todo desde la misma ventana, sin esperar nada a cambio.  


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