Llega. No sé bien cuándo es que viene y cuándo se va, pero de alguna u otra manera siempre está presente.
Lleva una bolsita que parece pequeña pero no tiene fondo.
Mira el piso con detenimiento, busca un lugar cómodo. Suelo firme, seguro. Tiene que cuidar sus tesoros, todos y cada uno.
Se toma su tiempo.
Sigue mirando fijamente. Primero una mueca, después un gesto de desaprobación con la cabeza, hasta que da con el lugar y sonríe.
La observo en silencio, es todo lo que puedo hacer. Vive en un cuento de hadas.
Deja la bolsa en el piso con cuidado, sólo después de eso puede ella sentarse, más despacio todavía pero sin sacar la vista de su objeto mágico.
Me mira. La miro. Sostiene poco y nada la mirada pero se defiende con palabras. Las palabras siempre salen, estamos en terreno conocido y fácil.
Desata el nudo despacio. Observa bien lo que hay adentro, duda y finalmente comienza a sacar uno por uno los paquetitos redondos y con volumen. Son rechonchos.
De izquierda a derecha los distribuye alrededor suyo. Rojo, amarillo, azul, verde, un amarillo un poco más oscuro, un negro llamativo y brillante, lila, naranja, blanco y el último parece ser medio celeste. No soy buena para los colores pero creo que los distingo bien.
Instantáneamente se le genera una sonrisa en la cara. Empieza la música.
Abre uno, pero lo deja donde está. Un humo con rico olor empieza a salir de el.
Abre otro y lo golpea un poco con los dedos...salen volando miles de pequeños bichitos fosforescentes y algunos se pierden entre la niebla.
Se detiene en el azul, lo pone en la palma de la mano y lo aprieta. Le encanta, lo disfruta y se ríe sola.
Mi mano sostiene mi cabeza y puedo sentir que mis ojos están bien abiertos.
De adentro del verde se escuchan grillos, creo que el naranja por la forma oculta un pájaro y en el negro definitivamente hay un sapo.
Es de nuevo una nena de 4 años. Ya no está, se fue, sobrevuela su universo. En contra de la gravedad, insiste para llegar bien alto y, cuando lo logra, cae en picada y antes de llegar al suelo vuelve a subir. Son círculos perfectos los que hace en el aire. Uno, dos y hasta tres, uno atrás del otro.
Me acerco rápido a los rechonchos, son suaves al tacto. Trato de no dejar rastro pero cuando ella baja estoy rodeada de los bichitos amistosos. Nos reimos.
Al cabo de un rato se sienta. Abre la bolsa. Hace algunos malabares con los paquetitos, primero con tres, después con dos. "Te sale mejor con dos", le digo.
Al cabo de un rato se sienta. Abre la bolsa. Hace algunos malabares con los paquetitos, primero con tres, después con dos. "Te sale mejor con dos", le digo.
Vuelven a su lugar el medio celeste, el blanco, el naranja, el lila, el negro, los amarillos, el verde, el azul y el rojo.
Antes de que desaparezca le pido que volvamos a jugar la próxima y ella me promete que va a traer uno marrón, otro gris y dos especiales saltarines, que intenta conseguir hace un tiempo.
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