-¿Qué vas a hacer a partir de ahora?
-Voy a escribir una novela ¿Qué te parece?
-Me parece muy bien ¿Qué tipo de novela?
-Una buena novela. Buena para mí. Yo no creo que tenga talento ni nada de eso. Pero, como mínimo, pienso que si uno, cada vez que escribe, no se vuelve un poco más sabio, entonces no tiene ningún sentido escribir
-Claro
-Escribir para ti mismo...O escribir para las cigarras
-¿Las cigarras?
-Sí

mayo 20, 2012

Etapa I: El problema con la media


Es domingo, es otoño y hace frío. 
No tengo apuro. En piyama y descalza a medias, me hago un café con leche y me preparo la tostada de siempre. Abro las ventanas que dan al balcón. En diferentes planos vienen primero la reja (que supuestamente nos protege de los “malos”, pero a mi solo me dificulta la visión), después las plantas (en macetas), las sillas rojas y luego los árboles, con hojas amarillas. 
En ese mismo orden los miro, en silencio. 
Me apoyo la mano contra la boca y siento mi respiración caliente. Cuando inspiro parece que bajara la temperatura de mis dedos. Juego un rato con eso. Sigo mirando para afuera, pasan los autos, se alejan y vuelve el silencio.
Una sensación me indica que uno de mis pies tiene frío y automáticamente eso me hace extrañarte. No tiene media, no está protegido. En algún momento de ese corto período de tiempo dejé que se saliera y no volví a por el objeto protector. 
No es tanto en la planta del pie sino en los dedos. Llevo mis manos con energía calórica hacia ellos, los froto, me siento mejor. 
Pienso: ¿Cómo puede ser que tener frío en un pie me haga extrañar a una persona? ¿De qué manera actúa mi corazón que hace que eso se convierta en extrañeza? No tiene sentido. 
Hubiera admitido un lugar, un perfume, una canción o hasta una voz que suene familiar, pero este desencadenante no. 

Momento de lectura y de “responsabilidad”. Leo sin la media. Sentada de una manera extraña, poco cómoda, me concentro con un pie apoyado en la silla y el otro colgando. El que cuelga es el del frío. Lo miro con desagrado, pero el no tiene la culpa. Suspiro.
Otra vez elijo la sucesión de planos como imagen para que se refleje en mi retina. ¿Dónde estarás?


Bueno, ya. Me levanto y decido jugar a la búsqueda del tesoro, que sé que ganaré con facilidad, porque no hay tantos ambientes ni tantos lugares en donde buscar. La encuentro rápido. Me la pongo. Listo, ya no molestará, al menos no el pie. 

De nuevo sentada, leyendo, descubro que si a mis muñecas no las tapa el buzo, también tengo esa percepción desagradable, pero ahora no tengo que hacer nada más que arremangarme bien. 
Malditos tus abrazos y tus mimos ahora que no están.

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