Antaño, don
Verídico sembró casas y gentes en torno al boliche El Resorte para que el
boliche no se quedara solo. Este sucedido sucedió, dicen que dicen en el pueblo
por él nacido.
Y dicen que
dicen que había allí un tesoro, escondido en la casa de un viejito calandraca.
Una vez por
mes, el viejito, que estaba en las últimas, se levantaba de la cama y se iba a
cobrar la jubilación.
Aprovechando
la ausencia, unos ladrones, venidos de Montevideo, le invadieron la casa.
Los
ladrones buscaron y rebuscaron el tesoro en cada recoveco. Lo único que
encontraron fue un baúl de madera, tapado de cobijas, en un rincón del sótano.
El tremendo candado que lo defendía resistió, invicto, el ataque de las ganzúas.
Así que se
llevaron el baúl. Y cuando por fin consiguieron abrirlo, ya lejos de allí,
descubrieron que el baúl estaba lleno de cartas. Eran las cartas de amor que el
viejito había recibido todo a lo largo de su larga vida.
Los
ladrones iban a quemar las cartas. Se discutió. Finalmente decidieron
devolverlas. Y de a una. Una por semana.
Desde
entonces, al mediodía de cada lunes, el viejito se sentaba en lo alto de la loma. Allí esperaba que apareciera el cartero en el camino. No bien veía asomar el
caballo, gordo de alforjas, por entre los árboles, el viejito se echaba a
correr. El cartero, que ya sabía, le traía su carta en la mano.
Y hasta san
Pedro escuchaba los latidos de ese corazón loco de la alegría de recibir
palabras de mujer.
Galeano
Galeano
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