Tiré el casco, el chaleco, las armas, los cuchillos.
Levanté las manos, bien arriba para que fuera imposible realizar algún contra-ataque (error querida mía, error).
Me acerqué. Desnuda. Caminé hasta que mis pies estuvieron rozando los de ella.
Le dije sin preámbulos que sus manos y sus palabras me habían atravesado.
Se notaba que yo respiraba rápido y entrecortado. Si se hubiera acercado sólo un poco más hubiera podido escuchar mis latidos, sin duda.
No hizo ni un mínimo gesto. Ni siquiera un esbozo de mueca de incomodidad.
No había sorpresa, alegría, desagrado.
Nada
Ni aunque la hubiera sacudido con mis propias manos hubiera sentido algo.
Sentí por unos segundos la desesperación de saber que no había nada que yo pudiera hacer para cambiar esa situación. Nada que proponer, nada para expresar.
Nada.
Quería tocarle la cara para ver si era real. Quizás mis yemas podrían sentir algo que mis ojos no.
No era un corazón de piedra...era un corazón equivocado. Otro sistema circulatorio con el cual no empatizaba.
Qué terrible ver cómo las palabras de uno se desvanecen.
No eran mi voz, mis gestos, ni mis nervios los que tenían que estar en ese momento. Me corrieron de lugar y fue tarde para replegar. No quedo más que mi desnudez, nada más que yo...y aún así no alcanzó.
Lo que me pareció más terrible todavía es haber estado del otro lado y haber sido más que la nada, más que la chica de hielo.
Hasta me reí. Me reí boludo!
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