Le dije que yo era fácil.
Le dije que lo único que necesitaba era un te y que me charlaran de la vida todos los días.
Y de golpe una luz que se viste de sombra llenó de calor todos mis espacios.
Los invadió pacíficamente, los inundó. Fue avanzando y alumbrando las paredes, las esquinas, los vértices. El agua entró y empezó a subir. Subió, subió y subió.
No hubo mucho que pudiera hacer (es que no había nada que hacer). Así, en un segundo, llegó, se acurrucó y se sintió cómoda. Se puso al sol, se calentó y se quedó dormida.
La miré cuando ya era suya. Era real, ahí estaba. Existían estas cosas.
Me arrodillé frente a ella. La miré largo rato.
La contemplé. Quise besarla. Suspiré.
Un tesoro. Tesoro que no sabe que lo es.
Se esconde y es pura inocencia. No entiende que no puede ocultarse, porque esté donde esté, siempre será visible.
Tesorito si supieras...
Tesorito si me dejaras...
Te presto mis ojos, los de él, los de ella, los del grupo de allá. Todos los que necesites.
Te presto mi tacto para que te sientas.
Y quizás, sólo quizás, después de recorrerte y reconocerte, puedas mirar a tus costados, de izquierda a derecha.
...y quizás, sólo quizás, me veas.
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